¿Qué pasa con nuestros datos cuando la inteligencia artificial se convierte en parte de la vida diaria?
Hoy, la IA no solo sugiere contenidos o automatiza tareas: también recolecta y analiza datos sobre nuestros hábitos, preferencias y comportamientos. ¿Qué derechos nos protegen frente a esta realidad? ¿Y qué pueden hacer las empresas para garantizar una relación más ética con la tecnología?
La inteligencia artificial necesita datos para funcionar, y esos datos muchas veces provienen de nuestras propias acciones digitales: búsquedas, compras, registros, movimientos, interacciones. Cada gesto en línea puede alimentar un sistema que aprende de nosotros para ofrecer respuestas más precisas o para predecir nuestras decisiones antes de tomarlas. Por eso, hablar de privacidad digital ya no es solo una cuestión técnica: es una conversación necesaria sobre derechos y responsabilidades en un mundo cada vez más automatizado.
IA y datos personales: lo que hay detrás del algoritmo
Los modelos de inteligencia artificial requieren enormes volúmenes de información para entrenarse. Esa información, en su mayoría, se obtiene a partir de nuestra actividad digital. Las empresas la utilizan para personalizar anuncios, analizar patrones de comportamiento o validar identidades mediante tecnologías como el reconocimiento facial. Aunque esto puede mejorar la experiencia del usuario, también plantea riesgos si no hay una gestión responsable de los datos.
En muchos casos, los usuarios no tienen claro qué datos están compartiendo, con quién ni para qué. Esto puede dar lugar a prácticas poco transparentes o incluso a filtraciones que expongan información sensible. En 2023, por ejemplo, ChatGPT fue investigado en Europa por almacenar datos personales sin el consentimiento explícito de los usuarios, lo que derivó en restricciones temporales en varios países.
Derechos digitales: lo que puedes exigir como usuario
Frente a estos desafíos, diversas normativas internacionales buscan garantizar que los usuarios tengan mayor control sobre su información. Uno de los derechos más importantes es el de acceso y transparencia: toda persona tiene derecho a saber qué datos se recopilan sobre ella y cómo se utilizan. En Europa, el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) obliga a las empresas a entregar esta información si el usuario la solicita.
También existe el derecho al olvido, que permite pedir la eliminación de datos personales en ciertas condiciones. Google, por ejemplo, ofrece formularios para retirar resultados de búsqueda vinculados a nombres propios.
Otro aspecto clave es la seguridad de la información. Las organizaciones deben proteger los datos personales que almacenan mediante protocolos robustos. Basta recordar el caso de Twitter en 2022, donde una filtración dejó expuesta la información de más de 5 millones de cuentas.
Finalmente, está el derecho a no ser discriminado por algoritmos. Esto significa que ninguna persona debería ser tratada injustamente debido a sesgos presentes en un modelo de IA. Algunas plataformas de contratación automatizada, por ejemplo, han sido criticadas por favorecer a ciertos perfiles mientras descartan otros sin justificación objetiva.
Nuevos riesgos de privacidad en la era de la IA
Los avances en IA han traído beneficios indiscutibles, pero también han abierto la puerta a nuevos riesgos. Uno de los más discutidos es el reconocimiento facial sin consentimiento, usado en sistemas de vigilancia que recolectan datos biométricos sin autorización. También preocupa la aparición de deepfakes, tecnologías capaces de falsificar audios o videos para suplantar identidades de forma casi indistinguible.
Otra amenaza creciente es el monitoreo masivo. Muchos algoritmos analizan nuestros hábitos de navegación y consumo para anticiparse a nuestras decisiones, lo que plantea serias dudas sobre el derecho al anonimato en línea.
Un caso paradigmático es el de Clearview AI, una empresa que recopiló más de 3 mil millones de imágenes de redes sociales y sitios web sin autorización, para vender sus sistemas de reconocimiento facial a agencias gubernamentales.
¿Cómo se puede proteger la privacidad en este contexto?
Proteger la privacidad digital no es solo responsabilidad del usuario. Las empresas deben tomar un rol activo, cumpliendo regulaciones, adoptando tecnologías seguras y fomentando la educación digital.
En primer lugar, es clave respetar leyes como el GDPR en Europa, el CCPA en California y otras normativas latinoamericanas que otorgan derechos claros sobre el uso de datos. El incumplimiento puede conllevar sanciones económicas y daño reputacional.
Además, existen tecnologías que permiten reforzar la protección de la información, como el cifrado de datos, la anonimización y técnicas de privacidad diferencial, que permiten recopilar información sin identificar a usuarios individuales.
Y, finalmente, está la dimensión educativa. Es importante que las personas aprendan a configurar su privacidad en redes sociales, usen herramientas como navegadores con protección activa o VPN, y compartan solo la información estrictamente necesaria en los entornos digitales.
Apple, por ejemplo, ha dado pasos en este sentido con su función App Tracking Transparency, que permite a los usuarios decidir si quieren ser rastreados por las aplicaciones.
La tecnología no debería comprometer la privacidad
La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero su desarrollo debe ir de la mano de principios éticos que protejan los derechos de las personas. Las organizaciones que integren IA en sus procesos deben hacerlo con transparencia, seguridad y responsabilidad.